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Relatos publicados en mi libro "Para vivir Seguros" 2.005 Si te perdiste el cuarto relato, lo tienes aquí: #558858
El caso de Alida, la señora de la limpieza
La señora Alida comenzó a trabajar en casa de la familia Rincón ocupándose de la limpieza y cocina. Siempre que la señora Mayela Rincón necesitaba personal de servicio, acudía al señor Domingo. Este era todo un personaje en el edificio. Colombiano, cuidaba el penthouse de un empresario de una multinacional, que casi nunca estaba en la ciudad. El señor Domingo pasaba los días sentado al lado del vigilante del edificio, lavando autos o haciendo pequeños favores a los propietarios e inquilinos. Conocía a mucha gente y cada vez que alguien del edificio necesitaba una mujer de servicio, una señora para lavar y planchar, un plomero, un electricista, un pintor o un albañil, acudía al señor Domingo y éste conseguía a la persona adecuada dentro de su amplia red de primos, primas, compadres o paisanos.
Por esa vía llegó la señora Alida. De inmediato causó buena impresión, era alegre, puntual, ordenada, tenía buena sazón y se llevaba bien con los tres niños pequeños de la familia Rincón. Para la señora Mayela Rincón, ejecutiva de una empresa de publicidad, no tener una persona que se ocupara de la casa y de los niños, afectaba y complicaba terriblemente su vida profesional y famiiar, la contratación de Alida fue una bendición. Acababan de pa- sar un periodo durante el cual probaron con tres señoras: la primera llegaba demasiado tarde y se quería ir demasiado temprano, la segunda regañó y le pegó a uno de los niños pequeños y la tercera, después de asistir dos días a la casa, no apareció más nunca. Así que la señora Rincón dio gracias a Dios por haber conseguido a tan excelente empleada.
Era tan buena, que incluso, por su propia iniciativa, desde el primer día le pidió a la señora Mayela que le revisara la cartera para comprobar que no se estaba llevando nada de la casa. Y se convertía en una especie de rito, que, a las seis de la tarde, cuando Mayela Rincón llegaba de su trabajo, se conseguía a la señora Alida, lista para marcharse, le daba cuenta de lo sucedido en el día, si los niños habían comido, cómo se habían portado, las llamadas recibidas y finalmente ella abría su cartera para que la señora Mayela la revisara. Una tarde le comentó: -Qué bueno es saber que usted me tiene confianza...
No había la menor intención de ironía o sarcasmo y Mayela Rincón se quedó un poco perpleja. No entendía que alguien a quien le estuviera revisando la cartera le hablara, en esos térmi- nos, de confianza... Pero tan idílica situación no duró mucho tiem- po. Mayela Rincón comenzó a notar que algunas prendas de la ropita interior de los niños no aparecían. Una noche se lo comentó a su esposo:
-Mi amor, no entiendo qué pasa con la ropa de los niños. De todo lo que les compramos al principio de clases, no les queda casi nada: medias, pantaleticas, interiores, franelas... -¿Y desde cuándo notas que les falta esa ropa? –No sé, hacía tiempo que no revisaba los closets...
-Bueno, no sería raro que con la cantidad de mujeres de servicio que han pasado por la casa, alguna de ellas se haya llevado esas cosas…También puede estar extraviada... Los niños dejan su ropa sucia en cualquier parte. Mayela Rincón habló con Alida y le pidió que revisara la cesta de la ropa sucia, el área de lavado, los closets de los niños, debajo de camas y muebles, pero la ropita no apareció. La mañana siguiente, cuando salía a dejar a los niños en la guardería, la conserje se acercó a Mayela Rincón.
-Ayer me dijo su empleada que usted le tenía mucha confianza y para que pudiera entrar sin problemas le iba a dejar un juego de llaves... Usted sabe, señora, que el condominio prohibió que se le dieran llaves del edificio a los empleados.... Si usted quiere dejarle llaves de su apartamento, es su decisión, pero no puede dejarle de la reja y de la puerta común del edificio.... -Pero, que raro, si yo no le he dicho nada a Alida... ¿De dónde habrá sacado eso? En la tarde, se lo comentó a la empleada. De inmediato ella dio otra versión: -No, no fue así. La conserje debe haber comprendido mal... Yo si hablé con ella, y si le dije que usted me tenía mucha confianza y que sería bien cómodo para mi si pudiera tener una llave para po- der entrar en las mañanas... Eso fue todo...
El día siguiente, cuando salía y abría apurada la puerta del caro, el señor Domingo se le acercó. -Tengas siempre sus prendas bajo llave, señora... Mayela Rincón estaba apurada y no le prestó mucha atención al comentario del señor Domingo. El lunes a mediodía, justo después de almuerzo, Mayela, con la cara descompuesta, llamó aparte a su marido: -Tenemos un problema aquí... Le enseñó un pequeño estuche de prendas, vacío. -¿Y qué había ahí? -Las medallitas de los niños. Tú sabes, lo que le han regalado los padrinos en los bautizos, unas cadenitas de oro, unas pulse- ritas... Todo eso estaba aquí. El sábado saqué el estuche de la caja fuerte para que llevaran sus medallitas a la piñata de los Ber- múdez... En la noche guardé las medallitas aquí, pero se me olvidó meter el estuche en la caja fuerte. Hace un ratico, de repente, no se porqué, miré a Alida y algo me dijo de ir a revisar el estuche. Lo abrí y estaba así, vacío... Además, justo en ese momento ella entró al cuarto y vio que yo tenía el estuche en la mano. Hubieras visto la cara que puso. Ella se llevó las medallitas. -¿Quieres qué yo hable con ella? -No, esto lo resuelvo yo.... Mayela Rincón fue hasta el área de lavado, en donde la señora Alida planchaba unas camisas. -Mire, Alida, en esta casa se han perdido muchas cosas. Pero ahora esto es el colmo. Usted se llevó las cadenitas que estaban en este estuche. -Pero, señora, yo no.... -No Alida, nada de yo no fui.... Agarre sus cosas. Tome, aquí tiene para el transporte, vaya a su casa y me busca mis cadenitas. Si no, no le pago la quincena.... -Señora, yo le juro por mis hijos.... -No meta a sus hijos en esto. ¡Váyase y me trae mis cosas! Mayela Rincón comentó el desagradable asunto con la conserje y con el señor Domingo. Este en primer lugar señaló que él no era responsable, que él simplemente la conocía, que ni siquiera era de su familia, y que, además, en otro apartamento en donde había trabajado, a la señora se le habían perdido unas joyas... Caramba, señor Domingo, pero me hubiera dicho eso usted antes de contratarla…